Por Efraín Moreno Arciniega
Empezaba a ceder el mediodía.
Salía yo de una tienda de autoservicio.
Escuché la voz de un niño.
¿Le ayudo con sus cosas señor? Me dijo.
Lo vi. Era un niño que no rebasaba los diez años.
Calzaba sandalias y vestía humildemente, por no decir que andrajos.
Su mirada era suplicante.
¡Sale hijo!… Le dije.
Se alegró.
Es el primero que me dice que sí; me confesó.
¿Y a qué hora llegaste? Le pregunté.
Como a las ocho, me respondió.
Vi mi celular. Eran ya casi las dos.
Sentí lástima por él.
Recordé el poema Fray Luis de León “Del mundo y su vanidad”:
“Los que tenéis en tanto
La vanidad del mundanal ruido,
Cuál áspide al encanto
Del mágico temido,
Podréis tapar el contumaz oído.
Porque mi ronca musa
En lugar de cantar como solía,
Tristes querellas usa
Y a sátira la guía
Del mundo la maldad y la tiranía”.
Le eché mi brazo sobre su hombro y caminamos juntos. Él alegre y yo con un gran sentimiento de tristeza.
Volví a Fray Luis de León:
“Pluguiera a Dios que fuera
Igual a la experiencia
El desengaño,
Que daros le pudiera,
Porque, si no me engaño,
Hiciera gran provecho mi daño”.
Pensé en lo miserable que hemos sido cuando hemos heredado este mundo a millones de nuestros niños.
A ese niño, quizá no lo vuelva a ver nunca más; pero su imagen lacerará siempre mi alma.
¡Hoy el corazón, como otras veces, se me ha vuelto a romper!
“No condeno del mundo la máquina,
Pues es de Dios hechura,
En sus abismos fundo
La presente escritura
Cuya verdad el campo me asegura”.
¡Un saludo para Tod@s!