Michoacán: ¿Seguridad o Negocio? El aguacate y la nueva colonialidad

Análisis crítico sobre la violencia en Michoacán, el papel del aguacate como “oro verde”, la colonialidad del capital y la relación entre crimen organizado, Estado y mercado global.
“Como podemos enfrentarnos al crimen organizado.
Junto con la corrupción y el narcotráfico,
ha constituido una fuerza que no es paralela al Estado.
Es realmente un Estado dentro de él”.
Rigoberta Menchú
Por Pedro Gonzales Castro
Rutilo Tomás Rea Becerra
Michoacán no es solo un estado mexicano; es un territorio históricamente atravesado por relaciones de producción que lo han convertido en objeto de disputa. Su diversidad geográfica —desde la costa hasta la Meseta Purépecha—, pero sobre todo su riqueza natural, han sido el punto de partida para procesos de acumulación que reproducen la lógica del capital: apropiación, despojo y subordinación. Hoy, esta dinámica se condensa en el aguacate, mercancía globalizada que opera como “oro verde” en la división internacional del trabajo. La rentabilidad extraordinaria de este cultivo no es un fenómeno aislado, sino expresión concreta de la fase actual del capitalismo dependiente, donde la violencia no es anomalía, sino instrumento funcional para garantizar la reproducción ampliada del capital (Svampa, 2016).
El mito del cártel: una cortina de humo
La narrativa dominante reduce la conflictividad a una “guerra de cárteles”, ocultando la estructura material que la sostiene. A pesar del asesinato del alcalde Carlos Manzo y su uso mediático hasta llegar a elevarlo como mártir, Zavala (2018), advierte, pese a todo lo ocurrido, que el “cártel” es una construcción discursiva que cumple dos funciones esenciales:
- Despolitización de la violencia: Al atribuirla a actores “criminales” externos al Estado, se invisibiliza la articulación entre élites políticas y económicas en la extracción de rentas. El cobro de “impuestos” al aguacate y el control territorial son prácticas que requieren complicidad institucional. Pero sobre todo….
- Legitimación de la injerencia imperialista: Presentar la violencia como amenaza incontrolable habilita la intervención directa de agencias estadounidenses (DEA, USDA), bajo el pretexto de asegurar la cadena agroexportadora. Así, la militarización se convierte en dispositivo para blindar intereses transnacionales.
En términos materialistas, el “narco” no es un sujeto autónomo, sino una forma específica de acumulación por desposesión (Harvey), donde la violencia organiza la conversión de bienes comunes —bosques, agua, tierra— en capital privado.
Violencia como tecnología de poder: crisis fabricada y soberanía en riesgo
Los asesinatos de líderes sociales y políticos no son hechos aislados, sino momentos de condensación de la lucha de clases en el territorio. Estos eventos se instrumentalizan para producir una narrativa de ingobernabilidad que erosiona la soberanía nacional y justifica la imposición de modelos de gobernanza externos. Este proceso responde a la lógica del capitalismo colonial contemporáneo, que no requiere ocupación militar directa, sino dispositivos normativos y securitarios que subordinan la política local a los intereses del capital global (Gramsci, 1981).
La “crisis” no es un efecto colateral: es una tecnología de poder que acelera la transición hacia un régimen de control autoritario funcional a la acumulación.
Bukelización y estado de excepción: autoritarismo punitivo como garantía del capital
La respuesta hegemónica a la violencia es la “bukelización”: un modelo punitivo que suspende derechos bajo la promesa de orden. Este paradigma no surge de la necesidad social, sino de la racionalidad del capital: garantizar la estabilidad de la agroexportación y la inversión extranjera. La militarización permanente y la concentración del poder son presentadas como inevitables frente a un enemigo ficticio, mientras se consolida un Estado de excepción que normaliza la violencia estructural.
En términos dialécticos, el modelo punitivo no resuelve la contradicción, la profundiza: sacrifica la democracia para sostener la acumulación, reproduciendo la colonialidad bajo nuevas formas.
Conclusión: pedagogía de la resistencia y reconstrucción de la soberanía
Michoacán es hoy un laboratorio donde se expresa la contradicción entre soberanía popular y acumulación capitalista. Superar este ciclo implica:
- Desenmascarar la ideología del “cártel” como dispositivo que oculta la alianza entre Estado y capital.
- Reconocer la violencia como tecnología de despojo, no como anomalía.
- Construir poder territorial desde abajo, articulando economías comunitarias y pedagogías emancipadoras que confronten la lógica extractivista.
La resistencia no puede limitarse a la seguridad policial o militar; debe ser un proyecto político-pedagógico que recupere la soberanía territorial y económica. Solo así será posible desmontar la colonialidad del capital y avanzar hacia una gobernanza que responda a los intereses de la vida y no a la lógica del mercado global.
🎙️ COMENTARIO EDITORIAL

Referencias
Benjamin, W. (1991). Tesis sobre la filosofía de la historia. En Iluminaciones. Taurus.
Gramsci, A. (1981). Cuadernos de la cárcel. Ediciones Era.
Sloterdijk, P. (2003). Crítica de la razón cínica. Siruela.
Svampa, M. (2016). Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia, populismo. Edhasa.
Zavala, O. (2018). Los cárteles no existen. Malpaso Ediciones.
