mayo 13, 2024

“Mi señor sabe que los

niños son tiernos”

Génesis, 33, 13

Por Dr. Adán W. Echeverría-García

 

Se nos cuenta hasta el cansancio que “las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a una educación de calidad que contribuya al conocimiento de sus propios derechos y, (…) el desarrollo armónico de sus potencialidades y personalidad, y fortalezca el respeto a las libertades fundamentales”. El Artículo 3ro de nuestra Constitución dice: “La educación inicial es un derecho de la niñez y será responsabilidad del Estado concientizar sobre su importancia.” La discusión sobre los libros de textos gratuitos debe concluir acá.

Los medios de comunicación y sus Comenta Noticias tienen que exponer lo que a sus intereses convenga, y sus intereses no son la niñez de México, sino las ganancias de la Oligarquía Empresarial a quienes se han debido a lo largo de las décadas. Si nos queremos ir hacia atrás debemos reconocer la evolución de la Educación en nuestro país. La Escolástica que permitía solamente la memorización de conceptos y la aceptación de lo que se les explicaba por motivos de Fe, sin la posibilidad de poner en entredicho lo que cualquier catedrático les comentar en clase; la educación además era para los hombres en exclusiva. En esa educación colonial que se implantó hasta la mitad del siglo XIX, la mujer no tenía acceso. Recordemos a Sor Juana Inés de la Cruz a finales del siglo XVII, apuntemos algunos fragmentos testimoniales que dejara en su “Respuesta a Sor Filotea”:

“no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble; pero, por complacer al donaire, me la dio.” 

Es evidente que no existe la educación pública en aquellos años, sino que la instrucción es para quien pueda pagarla. Más adelante señala la autora:

“Teniendo yo después como seis o siete años, y sabiendo ya leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras que deprenden las mujeres, oí decir que había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apenas lo oí cuando empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos sobre que, mudándome el traje, me enviase a Méjico, en casa de unos deudos que tenía, para estudiar y cursar la Universidad; ella no lo quiso hacer.”

Las mujeres de la época de Sor Juana no iban a la universidad. Tuvieron que pasar muchos años para que esto pudiera realizarse. Y para ello recordemos nuestra historia bañada en sangre por la Guerra de Independencia (1810-1821), el primero y segundo imperios mexicanos, las invasiones norteamericana y francesa. Hasta que el 2 de diciembre de 1867, bajo el gobierno del primer presidente emanado de los pueblos originarios de México, Benito Juárez García, se funda la Escuela Nacional Preparatoria con el espíritu del positivismo que inundaba el mundo entero, y que ponía énfasis en el pensamiento crítico y científico.

Sin embargo, hoy en el 2023, cuando un nuevo modelo educativo pretende reformar una vez más la educación en nuestro país, con la Nueva Escuela Mexicana, las oligarquías empresariales gritan, apoyados en muy buena parte de las iglesias de México, desde la católica hasta las diversas expresiones del neocristianismo, que se quiere perjudicar a las infancias mexicanas con la implantación del pensamiento comunista, y se tiran al suelo, se desgarran las vestiduras y lanzan polvo sobre sus cabezas, porque en los libros hay demasiados huipiles dibujados, porque hay demasiadas palabras en lenguas de los pueblos originarios, porque se les pide a los estudiantes, la construcción de estrategias cimentadas en pensadores y educadores de infancias como Piaget, Montessori, Freinet, y escuelas como el neopositivismo, el postestructuralismo, entre otros, en la educación pública.

Pretenden decirle a los padres y madres mexicanos, que la educación con base en la memorización, la ardua disciplina: “la letra con sangre entra” debe ser la única forma de educación que forme mujeres y hombres de bien. Ante sus escandalosas reflexiones en los canales de televisión abierta de TV Azteca, Televisa, Grupo Fórmula, Multimedios (y varias más, —no olvidemos que todas ellas lanzan al aire sus señales mediante una serie de concesiones en materia de telecomunicaciones y radiodifusión que les otorga el gobierno), que con los nuevos libros de texto gratuito están destruyendo a las infancias de México.

Ante sus reflexiones, que plantean que aquella educación era mejor, a veces aún me viene a la mente la escena que un Franz Kafka niño recuerda en sus Cartas al padre. El escritor tiene entre 5 y 6 años (quizá tiene más edad en la escena, pero viene de pronto a mi mente, y me afecta pues tengo ahora un peque de 6 años recién inscrito para ingresar a la educación primaria). El escritor, nacido en Praga en el año de 1883, no recuerda por qué razón, pero hizo un berrinche ya muy noche; tal vez quería que su madre se acercara a su cama, que alguien le hiciera un poco de caso.

Pero, en cambio, el que se levantó y acudió a su cuarto fue su padre. Lo levantó en brazos, así como estaba en sus pijamas, y lo sacó al patio cerrando luego la puerta y dejándolo a la intemperie. Kafka recuerda que de pronto se supo tan débil e insignificante. Y a esa edad cayó en cuenta de que podrían dejarlo en la calle en cualquier momento y bajo cualquier pretexto. La escena me provoca mucho dolor al imaginar al chico de 6 años en esa situación, sintiendo un desamparo total; pero aquella sensación en el chico no solo implica la noche que lo dejaron fuera de casa, sino los días ulteriores cada que se acostaba, cerrando la puerta, imaginando que en cualquier momento su padre podría entrar, cargarlo y deshacerse de él.

No, señores, no todas las épocas anteriores fueron mejores.

Franz continúa diciendo:

“Yo habría necesitado un poco de aliento, un poco de amabilidad, un poco de dejar-abierto mi camino; en lugar de eso tú me lo cerraste, con la buena intención, indudablemente, de que fuese por otro camino.”

Justo a lo que no tuvo Kafka es a lo que apela hoy el gobierno de México desde 2018 para nuestras infancias, y más ahora en este inicio de ciclo escolar 2018-2023. A brindarle a los chicos y chicas de México justo: “un poco de aliento, un poco de amabilidad, un poco de dejar-abierto su camino” mediante la formación de espíritus críticos, constructores de mejores ambientes, que puedan apoyar en la reconstrucción del tejido social en el que se desarrollan, sin dejar de lado el apoyo de sus núcleos afectivos en casa.

Para finalizar les comparto el fragmento de Carta al padre que les comentado:

“Quizás lo recuerdes tú también. Una noche no paraba yo de lloriquear pidiendo agua, seguro que no por sed, sino probablemente para fastidiar, en parte, y en parte para entretenerme. Después que no sirvieron de nada varias recias amenazas, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste allí un rato solo, en camisa y con la puerta cerrada. No quiero decir que estuviese mal hecho, tal vez no hubo entonces realmente otra manera de lograr el descanso nocturno, pero con ello quiero caracterizar tus métodos de educación y su efecto en mí. En aquella ocasión, seguro que fui obediente después, pero quedé dañado por dentro.” (Carta al padre, Franz Kafka)

Muchas de nuestras infancias mexicanas siguen siendo educadas en esta forma en que el chico Kafka denuncia. Esperemos que poco a poco, con el paso de los años en esta Nueva Escuela Mexicana, las relaciones entre unos y otros, ya sea en casa, en la escuela, en el trabajo, sea de una mejor calidad, que nos permita la tolerancia, la empatía, el apoyo al otro, el pensar en el cómo hace sentir nuestros actos al que nos rodea.

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